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29 de septiembre de 2012

Hoy me ha pasado algo muy bestia...

Noooooooooo a mi no. Es el título de una novela escrita por Daniel Estorach, que, tras un éxito rotundo en la red, finalmente ha encontrado una editorial a su nivel: Norma Editorial.

Tengo la primera versión pendiente de leer (lo siento Daniel, sé que no tengo perdón...) 

Asi que os dejo toda la información (prometo subir la reseña pronto!!)




Título: Hoy me ha pasado algo muy bestia
Tomo 1 de 3 de Crónicas de un héroe urbano
Autor: Daniel Estorach
Editorial: NORMA Editorial
ISBN: 978-84-679-1002-5
Páginas: 184
Formato: 200x140 mm
Encuadernación: rústica con solapas
P.V.P: 14€



SINOPSIS:


Daniel García, es un diseñador gráfico que después de varios días de migrañas y dolores infernales se da cuenta que su cuerpo está cambiando y adquiriendo poderes. ¿Cómo los usará? ¿Qué repercusiones tendrán para su vida privada y… pública? ¿Qué pensarán sus amigos? Y lo más importante… ¿habrán otros con las mismas habilidades?




EXTRACTO:



No sé qué me pasa.
Esta mañana me he levantado con una migraña infernal, una de esas que te provocan arcadas si intentas moverte demasiado. He decidido quedarme en casa y pasar de ir a currar; tampoco es que hoy tuviera mucho trabajo y nadie lo notará, ni siquiera mi bolsillo a final de mes. Una –quizás la única– ventaja de ser autónomo.
Me he tomado un Espidifén y me he vuelto a la cama. No sabéis lo que jode, cuando te ataca una migraña asesina, tener una peluquería canina dos pisos por debajo del tuyo.
Finalmente he conseguido dormirme cubriéndome la cabeza con la almohada. Parece mentira, pero sentir una ligera presión sobre las sienes alivia algo el dolor.
Por cierto, no me he presentado: me llamo Daniel García. Tengo 32 años y las migrañas me acosan desde que tengo memoria, así que ya las considero como un mal menor. A pesar de lo terribles que son, uno termina habituándose. De hecho, si hay gente que sigue adelante a pesar de sufrir hambre u otras penurias, cómo no me voy yo a acostumbrar a una ridícula migraña.
Desgraciadamente la cosa hoy no ha quedado ahí. Ojalá solo hubiera sido eso.
Al desvelarme por segunda vez, el reloj despertador de la mesita marcaba las 13:30. Me he levantado con hambre y medio mareado y he entrado en la cocina. He husmeado en la nevera y en el armario y al final me he decidido por algo fácil: macarrones con salsa de tomate.
Mientras el agua se calentaba, me he tumbado en el sofá y he encendido la tele. Nada interesante, para variar. Entonces ha sido cuando he visto la sangre. Primero en el sofá, luego en mis pantalones y en el suelo. Goterones de sangre que marcaban mi recorrido por el piso. Pero algo escandaloso. El sofá y los pantalones los he puesto perdidos. He ido corriendo al cuarto de baño y me he mirado en el espejo. La sangre salía de la nariz. Por las dos fosas nasales a la vez y de forma constante. Me he asustado un poco, pero no soy un tío al que la visión de la sangre le afecte, por lo que rápidamente me he limpiado con agua bien fría y cogiendo un buen puñado de papel higiénico he tirado la cabeza hacia atrás y he cubierto con él la nariz. Así, andando como un mayordomo anquilosado, me he vuelto al sofá.
Entonces han empezado los vecinos del piso de enfrente. Discuten casi todos los días. Supongo que también se han acostumbrado a ello, al igual que yo a las migrañas. Pero hoy ha sido diferente. Han empezado como siempre: gritando, insultándose, mandándose a la mierda mutuamente… A mi migraña le ha venido de cojones el jaleo, vamos. He intentado centrarme en lo que decían en la tele e ignorarles. Mis ojos contemplaban el techo mientras una de esas paparazzi insultaba a un famosete por haberle roto el micro o no sé qué, cuando la voz del vecino ha alcanzado un nivel de decibelios intolerable. Mi ojo derecho parecía que se fuera a salir de la órbita a causa del dolor, cada vez más agudo. El vecino ha dicho, a grito pelado:
–¡Te voy a partir los morros, so cerda!
La frasecita debe haberse oído a través del patio de luces por todo el edificio y casi seguro que habrá llegado a la calle.
Estas situaciones me hacen sentir incómodo e impotente a la vez. Piensas en lo que debe estar pasando allí al lado, a solo unos metros de ti. Te imaginas cosas malas, pero siempre llegas a la conclusión de que seguramente serán las bravuconadas del machito de turno. Que no le va a hacer daño. Luego un buen polvo, y la reconciliación perfecta.
Hasta que oyes el golpe y el grito de ella, luego un segundo golpe, cuando su cuerpo se da contra el suelo o algún mueble. A lo que siguen más gritos de terror.
No sé qué me ha pasado, pero algo ha hecho clic dentro de mi cabeza. La migraña ha desaparecido, dejando paso a una furia que jamás había sentido. Me he levantado y he cruzado corriendo mi apartamento hasta la puerta, que he abierto sin pensar en qué haría a continuación. Los gritos y los golpes seguían a tan solo unos metros de mí. Y sabía que nadie actuaría. La gente está acostumbrada a no decir o hacer nada si lo malo no les sucede a ellos mismos.
He gritado, plantado frente a la puerta de los vecinos. He gritado que se detuvieran, que iba a avisar a la policía. El maníaco que estaba vapuleando a su señora al otro lado me ha contestado a voces que si no me largaba yo sería el siguiente. Y eso ha sido lo último coherente que recuerdo. A partir de ese momento solo hay una sucesión de imágenes.
Una puerta volando por los aires. Sangre en el suelo. Sangre en la cara de la mujer y resbalando por su cuello. Su camisón manchado y roto, del que sobresale uno de sus pechos, perfecto. Un puño estrellándose contra mi cara. La cara del maltratador, atónito. Luego aterrado. Finalmente su cara ya no es su cara: es un amasijo de carne y sangre. La mujer llora en el suelo, junto a tres latas de cerveza vacías y aplastadas. Vecinos en la puerta. Alguien ayudándome a entrar en mi piso. Oscuridad.
He despertado a media tarde, sin migraña, pero con el cuerpo –y sobre todo la cara– dolorido. Alguien me ha limpiado las heridas y me ha puesto vendajes y tiritas. Alguno de los vecinos, he supuesto. Al fin alguien hace algo.
Al despejarme del todo me ha sorprendido no estar en comisaría. Según creo estoy implicado en uno o varios delitos. Me extraña la tranquilidad que ahora se respira en todo el edificio. Es como si no hubiera pasado nada. Aunque claro, mis heridas indican todo lo contrario.
¿Me estaré volviendo loco?
Mañana preguntaré a los vecinos, ahora me vuelvo a la cama. Me encuentro fatal…

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